Hay vallas que invitan a que te vayas. Otras invitan a un alto en el
camino, a un respiro para la contemplación. Al otro lado de las
vallas que invitan puede haber vistas diáfanas , de una belleza tan
vasta que tus defensas se anularán para caer en los brazos del
síndrome de Stendhal.
También al otro lado de las vallas que invitan se pueden experimentar emociones menos histriónicas ,más escaladas y concentradas en intensidad, como de cajita que se abre y una bailarina comienza a girar al ritmo de una música de otro tiempo.
El jardín de Rodrigo es como esas cajitas de madera que despiertan un gesto de admiración por ver tanto mimo y belleza en un espacio tan pequeño. Llegas callejeando entre espacios interbloques, subiendo y bajando por escaleras que salvan desniveles, y al doblar una esquina , de repente, suena la musiquita.
Rodrigo empezó a plantar el jardín en 2022, sobre un rectángulo de suelo duro incapaz de expresar ningún tipo de sentimiento por la falta continuada de atención. Acostumbrado a reformar y construir por su actividad profesional, Rodrigo decidió acondicionar ese suelo para que recobrase su estima.
Para medir esfuerzos, tras limpiar el parterre, plantó un limomero para ver si sus raíces se agarraban al espacio. Al comprobar que la conexión era posible, comenzó a ajardinar con más especies.
Niveló el terreno, aportó tierra, trajo piedras para componer alcorques, lo decoró con macetas colgantes, esculturas de aves, troncos de madera sobre los que reposar más plantas...y lo delimitó con una valla de madera.
Esta valla invita a parar y contemplar la belleza en la cotidianidad de cuidar un jardín: rastrillar, regar, cavar o simplementer observarlo.
Si al hacer el alto en este jardín te encuentras con Rodrigo, seguro que te invita a saltar la valla. No esperes que se ponga a bailar, pero seguro que tendrás una charla muy agradable, es un gran conversador.